miércoles, 19 de enero de 2011

EL TELESCOPIO.

El cometa Frutis.


El cometa visto con el telescopio del Camayo.


EL TELESCOPIO.

Esa mañana, mientras desayunaba su café con leche acompañado de tacacho caliente, más pan integral y un par de suris, dignos del paladar más exigente y el estómago más complaciente, el buen Lester Camayo no podía disimular la emoción que lo invadía; había estado esperando tanto este día…
11 de Enero del 2011, hoy podría presenciar lo que muchos científicos llamaban “el mayor espectáculo cósmico de éste milenio que apenas empezaba”.
Faltaban muchas horas aún y sin embargo Lester Camayo ya lo tenía todo perfectamente tabulado. Cómo no iba a ser así si la Astronomía era la gran pasión oculta de su vida y el no había escatimado en tiempo, dinero o preocupación, preparándose para este gran evento. Sus estudios en la UNAP no habían impedido que Lester Camayo dedicara numerosas horas semanales asistiendo a talleres y seminarios astronómicos, descuidando en algo sus estudios de medicina interna, tales como Nefrología, Cardiología, Inmunoreumatología y hasta el Laboratorio con la hermosa profesora Betssy. También perdía mucho tiempo investigando acerca de la astronomía en bibliotecas, documentales, diarios, noticieros y reportajes en Internet.
Todo lo ganado en sus cabinas de Internet y la venta de banda ancha que realizó en los últimos tres años le había permitido ahorrar lo suficiente para comprar el equipo más sofisticado que encontró.
Era realmente casi increíble lo que los astrónomos predecían, pero Lester estaba preparado. Nada podía salir mal, vería pasar al cometa Frutis, el cual iluminaría el cielo a su paso, dejando una estela larga y brillante que se mantendría por varios minutos pintada sobre el azul turquí del firmamento del Oriente del Amazonas, para luego desvanecerse paulatinamente. La imaginación de Lester volaba tratando de esbozar la escena en su mente. Pero él sabía muy bien que ninguna de las imágenes que había logrado visualizar durante largas noches se asemejarían a lo que ocurriría esa noche, cuando el cometa, luego de desplazarse a lo largo de varios millones de kilómetros, creando todo este juego de luces, se estrellara contra el hemisferio sur del planeta Venus.
“Venus, el planeta más cercano a la Tierra”, la excitación de Lester aumentaba con cada minuto que pasaba.
Lo que iba a suceder esa noche, poco después de la puesta del Sol, era algo que el buen Lester no pensaba perderse por nada del mundo. Luego de almorzar un suculento inchicapi y un par de palometas fritas con sus respectivas yuquitas más un refresco de camu camu, se sentó con algunos libros y apuntes que describían con precisión, paso a paso, la órbita que describía el cometa Frutis antes del impacto final. Esto lo intrigaba tanto, que no quiso pasarles la voz a sus amigos favoritos, tales como el Espaldín, el camarada Feliciano, el Alberto Arévalo, la universitaria Chonta, el “Viejo loco”, el Cuerninho, la Tamara, el doctor Torre jón, el profesor Limberg, el Cuevas, la Juancezca, el panzón Rotwaylino, el Pomalco do soul, el moflete Paredes Arbildo y la enfermiza Jeanett; el sólo quería saborear lo que tanto esperaba.
Estaba revisando minuciosamente sus notas, no de sus exámenes de la facu, con toda atención, más atención que descanso, puesta en los datos: latitudes, longitudes, grados, minutos, segundos, centésimas de segundo, distancias, movimientos, azimut, horarios, periodos, órbitas, afelios, cuando de pronto sonó su celular que lo hizo saltar, dejando caer al suelo una escuadra y el lapicero que le regaló por Navidad el “Viejo loco”.
Era ella, no sabía nada de la pazcuata Mamalia hacía ya varios meses. Escuchó su voz y antes que pudiera responder, un escalofrío le recorrió de pies a cabeza, mientras su mente, segundos antes llena de datos precisos, claros y coherentes, le cedía el paso a una gama de sensaciones e imágenes confusas que lo transportaron, momentáneamente, a esa tarde, a esa moto, a esa conversación que supuestamente había significado el último capítulo de su “relación” con la regordeta Mamalia, “como quieras”, sólo eso había podido decir, cuando en realidad tenía tanto que le hubiera querido gritar, reclamar o recordar. Pero no lo había hecho y ya no había nada que hacer, se había prometido no pensar más en el asunto y prácticamente lo había cumplido a la perfección, un hueco se tapa con otro hueco, pensó, y recordó a la Rosalía Tabares, a la hermosa Briguitte y otras… Ahora tenía otras cosas en qué pensar, hoy más que nunca.
¿Cómo estás? / Bien…muy? / tratando bien…y tú? / Igual / …/ y…¿qué has estado haciendo en estos días? / de pensar en cualquier cosa menos en ti y en la horripilante “amiga de todos” y ¿sabes qué? Lo he podido hacer, es más, casualmente estoy totalmente absorbido por todo este asunto del cometa / Nada…Lester…¿tienes algún momento libre esta tarde? Tengo algo que darte. ¿Crees que pueda pasar por tu internet en un rato? / ¿Estás loca? ¿hoy? Imposible!!. Todavía tengo tantas cosas que arreglar y preparar… No veo por qué no. Pero mejor yo voy por tu casa, quedé en recoger unas copias y muestras sobre Chlamydias en el domicilio de la “amiga de todos”. / Bueno, si te parece, mejor así, entonces en una hora?...Te espero, chau.
“Esto no puede estar pasando”. ¿Por qué hoy? ¿Por qué acepté?, no tenía que contestar esa pregunta, era obvio…, empleando la terminología del Osito, había estado soñando con esta llamada, la había extrañado tanto a ella o sus mañas, no se…y sin embargo, lo del cometa no era cualquier cosa, de verdad estaba muy entusiasmado y no quería perdérmelo. Iría a casa de esta Mamalia, la vería, seguro me daba indigestión al verla, recibiría lo que ella me diese y me marcho a paso de vencedores y con la herramienta en fá. Así de simple, así de breve; todo esto no me tomaría más de una hora y después podría regresar a revisar por enésima vez que todo estuviera en perfecto orden para la hora en que el cometa Frutis hiciera su aparición. No había por qué preocuparse, un ligero cambio de planes en su horario no cambiaría nada. Esta noche será inolvidable. Veinte minutos más tarde, luego de haber scaneado todo su closet (no confundir con Kikín y su salida del closet), en busca del atuendo ideal, Lester estaba listo para salir con su camisa guinda sin cuello (la candorosa Mamalia se encargó de cortar ese cuello, de la camisa), su pantalón beige y sus zapatos marrones brillantes que le obsequió el “tres patines”.
Fue recién en su moto que tomó conciencia de lo que la granuja de la Mamalia le había dicho por teléfono. “Quería darme algo…” ¿qué? ¿qué cosa me podía dar esta infeliz mujer? Que yo recuerde, cuando tuvimos aquella última conversación por Santo Tomás, nadie dijo nada acerca de “devolver cosas”. “No creo que ahora haya decidido regresarme los regalos que le di, un anillo de oro con un diamante como muestra de un compromiso serio, una pulsera de oro con piedras preciosas y también algo para su cuello, que no es un collar sino un jabón”. Trató de convencerse de esto durante todo el camino, sin embargo la duda no desaparecía. Además, si no era eso, ¿Qué podría ser?
Para cuando llegó a la puerta de la casa de la artera Mamalia, la angustia y la incertidumbre se hallaban en su máxima expresión. Tocó la puerta y en no más de cinco segundos la tuvo en su frente a ella. Sintió unos deseos inmensos de abrazarla, besarla, apretarla, moverla, hacerle un racumín y después darle una paliza por haber permitido que estuvieran tanto tiempo separados. Pero el impulso pasó y la saludó de la manera menos efusiva que le fue posible. Pasaron a la sala y luego de un corto intercambio de preguntas y respuestas acerca de lo que ambos habían hecho en las últimas dos semanas, la astuta Mamalia le pidió que la acompañase a su cuarto para “tratar el asunto” propuesto por teléfono, y en ese momento el buen Lester recordó que la avillanada Mamalia todo lo resuelve en el “cuarto” estando ella en el “quinto”, año. Lester no dudó en aceptar. No era extraño que ella lo llevara a su cuarto. Durante casi los dos años que estuvieron juntos (en esta relación que nunca se llegó a definir), habían pasado innumerables tardes conversando, viendo televisión o jugando nintendo sentados en el sillón, en la cama o tirados en su alcatifa. La verdad es que habían sido “hermanos” evangélicos, y ese cuarto y ese colchón pulguiento le era tan familiar…
¿Y? ¿Qué me querías dar Mamalia? Y la pancista Mamalia contestó, la verdad es que no tengo nada que darte, más bien pedirte.
Eso sí que no se lo esperaba el popular Lester. Ya era demasiado tarde, estaba a punto de darse media vuelta cuando la chaquetera Mamalia dijo: Déjame estar contigo ésta noche, déjame estar ahí cuando el cometa Frutis aparezca en el cielo charapa. Mientras Lester trataba de entender cómo era que de un momento a otro la fútil Mamalia había dejado de pensar cómo todo eso de la astronomía era una tontería, ésta continuó exponiendo su propuesta, revelando cuánto sabía acerca del tema, cuanto deseaba compartir el momento con él y cómo haría lo posible por no ser un estorbo.
Completamente sorprendido, Lester no se negó. No quedaba mucho tiempo y ambos se apresuraron. Llegaron al Internet de Camayo, alistaron todo en la huerta donde el Camayo se había construido su propio “cuarto” celeste (no confundir con la banal Margaracha Celeste), el cual estaba lleno de mapas estelares, esquemas Ptolomeicos, gráficos y recortes de planetas, estrellas, galaxias, agujeros negros y hasta nebulosas. Todo estaba ahí en perfecto desorden y el adoraba ese espacio tan personal que muy bien ya lo conocía la nefasta Mamalia; lo sentía tan suyo, tan lejos del resto de construcciones, y cuando estaba allí se sentía casi inalcanzable y luego sintió la respiración de la pícara Mamalia sobre su cuello y percibió cierto temor por la “mordida de nuca” que la pérfida Mamalia acostumbraba practicar, se creía intocable y sin embargo las manos femeninas que más parecían manoplas de boxeador, rodeaban su cintura pélvica con ligera presión y precisión, se pensaba imperturbable…entonces, sintió por primera vez sus labios, era increíble lo que esos labios, que habían sido hasta entonces sólo voceros de palabras feas y bonitas que lo habían hecho reír, llorar y pensar, estuvieran creando toda esta nueva revolución cósmica dentro de él y de ella. Al primer beso, largo aunque inseguro, le siguieron varios más, grandes y chicos, “fertes” y tiernos, piquitos y lenguados, húmedos y enzimáticos como le gustan a la Rosita de farma, silenciosos y ruidosos, cada uno despertaba una sensación diferente, cada uno los acercaba más, y más, pero mucho más, lo que les permitía conocerse más; conocerse como sólo se pueden llegar a conocer dos almas que ansían explorar hasta lo más íntimo de la anatomía del ser humano, que se atreven a arriesgarlo todo adentrándose en terreno desconocido porque sienten que el momento llegó, no lo buscaron ni lo evadieron, simplemente llegó, era algo ardiente y caliente que ambos experimentaban, luego la astuta Mamalia alcanzó a decir tímidamente, eres bien rápido ya casi me has quitado el 50 % de mi ropa; “así es Mamalia”, yo soy tan rápido como un cometa y aún falta el otro 50 % contestó tiernamente el popular Camayo, y la tunante Mamalia decía, cada vez estamos más juntos pero no estamos unidos y Camayo apelando a sus amplios conocimientos astronómicos respondió suavemente, luego vendrá la conjunción, y ambos seguían y seguían con sus deliciosos besos y agarraditas, realmente por su dinámica tónico-clónica el Camayo parecía un epiléptico y es en eso que la Mamalia empezó a vociferar “oigo ruidos, oigo ruidos, alguien viene o algo está llegando, o es un aluvión”, y Camayo gozando al máximo de placer alcanzó a decir, “que buen oído tienes mi amor, tienes un oído muy fino”. No había porque tener miedo, de ahí en adelante cada uno ya sabía lo que tenía que hacer, vale decir, demostrar su capacidad de respuesta frente al estímulo, ya no necesitarían mapas o Atlas, ni reglas que seguir, cada segundo estaría lleno de posibilidades abiertas que ellos sabrían manejar.
Esa noche, el Lester Camayo no usó su telescopio, no lo necesitó para poder ver al cometa Frutis, tampoco supo el momento exacto en que el cometa cruzó el Ecuador, pero la bellaca Mamalia insistía en ver el cometa a lo que Camayo le dijo que use el telescopio, y grande fue la sorpresa de Camayo cuando observó que la crápula Mamalia saboreaba el ocular del telescopio, a lo cual Camayo le dijo: Mamalia no le hagas eso al telescopio, el telescopio es delicado.
Si la libidinosa Mamalia realmente hubiese querido ver al cometa, hubiese tenido que descender de donde se hallaba y bajar la mirada para verlo pasar, sin embargo, la disoluta Mamalia no lo hizo, no lo hubiera hecho por nada del mundo, su objetivo era otro, entonces el Camayo llegó a confirmar que algunos nacen con estrella y otros nacen estrellados, además, las joyas de nuestro sistema solar, los cometas, esos astros fascinantes que se pasean luciendo sus hermosas y luminosas cabelleras y que desde la noche de los tiempos han incidido sobre la imaginación y las creencias de los seres humanos, tienen también cola, pero la lasciva Mamalia, eso sí, le gana en cola a cualquier cometa; ella era la personificación más real de la Podarga. Realmente los cometas inducen extrañas influencias en nuestras emociones y en nuestra líbido que nos siguen impactando y asombrando, dentro de una “relación” eróticamente equilibrada.
Cuando se logra salir de la órbita de errores y del afelio de ilusiones, el ser humano se animaliza y sucede lo que tenía que suceder líneas arriba, la lucha de los contrarios, elucubró nuestro buen amiguito Lester Camayo ante los ditirambos de la gelatinosa Mamalia, y como todo llega a su fin, hasta en los confines del universo, en un yermo que envuelve la niebla, la jungla selvática hierve en relatos de trayectorias parabólicas, más parabólica que la espada torcida del Vladi y el “combate” cuerpo a cuerpo disminuye la mortalidad y aumenta la natalidad, alcanzó a decir tímidamente la anodina Mamalia ante el pánico de nuestro triunfante Camayo. Sin embargo, Camayo se sintió inspirado y en agradecimiento le dedicó como colofón un poema a su boxeadora amada con patas de pica piedra:

Amo a las mujeres bellas y guerreras de esta tierra,
roble enhiesto y nudoso, con los vientos en guerra,
cuernos coronados de amor nostálgico,
fuerzas inagotables y eternas como un antálgico.

Amo a las mujeres ásperas y recias de la vida,
que van por su camino con la cabeza erguida,
sazonando el saber con la sal del humor,
vencedoras del tiempo, sin prisa y sin temor.

Iquitos, 15 Ene 2 011.
El cometa visto con el telescopio del Camayo.


El cometa visto de madrugada con el telescopio de Camayo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario